La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (AIED) define al dolor como "una experiencia sensorial o emocional desagradable, asociada a un daño real o potencial en un tejido, o descripto en términos de dicho daño". Las estadísticas en tanto lo caracterizan como uno de los principales problemas de salud pública global. Se cree que todos los habitantes del planeta en alguna oportunidad de sus vidas consultarán a un profesional de la salud debido a dolor.
Alrededor de un 25 a 29 % de la población mundial sufre dolor crónico. Son personas con un padecimiento que se extiende por un período mayor a tres meses. En ellas, 1 de cada 3 presenta limitaciones para vivir de manera independiente. Son individuos que en definitiva ven afectada de sobremanera su calidad de vida. Allí el dolor crónico deja de ser un síntoma, para pasar a ser una enfermedad.
Mucho es lo que se ha avanzado en el último tiempo en el manejo del dolor crónico. Se han dilucidado mecanismos fisiopatogénicos particulares, identificado algunas dianas terapéuticas, también se han logrado seleccionar mejor los pacientes para esquemas analgésicos. Aun así, el control de esta condición en líneas generales sigue siendo subóptimo.
Si se analiza la definición de la AIED, se establece que dicha entidad considera al dolor como un fenómeno que va más allá de la mera estimulación de receptores. Implica además un componente afectivo o emocional. El dolor crónico bajo esta concepción pasa a ser un fenómeno complejo, personal e intransferible. Una entidad abstracta, subjetiva, y mucho más difícil de definir en la práctica asistencial. Para abordar ese componente, más que analgésicos se necesita comunicación.
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Escuchar qué y cómo se dice
La comunicación es una necesidad primaria en cualquier ámbito, incluso durante la consulta de un paciente por dolor. Es un pilar en el cual se apoya la relación entre la persona que sufre y el profesional de la salud tratante. El enfermo siente como necesario contar sus pensamientos, miedos, dudas y emociones en torno al dolor. Un buen profesional siempre debe estar dispuesto a escucharlo.
Escuchar a un paciente no implica solo prestar atención a "lo que se dice", sino también "a cómo se dice". Se ha dado en llamar a esto "escucha activa". Requiere por parte del profesional el registro de elementos no verbales, la administración correcta de los silencios, demostrar empatía, y brindar una comunicación asertiva.
Definir a la empatía ha sido quizás tan complejo como definir al dolor. En gran parte debido a que existían diferencias acerca de si este fenómeno era cognitivo, afectivo, o de comportamiento, en su esencia primaria. La perspectiva cognitiva la consideraba como la capacidad de ver el mundo con los ojos de otro. Aquellos centrados en lo afectivo, se enfocaban más en la habilidad para apreciar el estado emocional de otra persona. Finalmente, están quienes abrevaban en la variante asociada al comportamiento. Consideraban a la empatía como la habilidad para comunicarse y entender a otra persona.
La definición actual de empatía engloba a todas esas perspectivas. Esos componentes se amalgaman en un todo. Si falta alguno, no se está en presencia de empatía. No basta con interpretar la presencia de dolor en el otro. Se necesita además una respuesta emocional, que finalmente desencadene la intención de ayudar o reconfortar a esa persona.
Medir la empatía
La empatía se puede medir gracias a índices y escalas. También es factible verla, o al menos conocer las estructuras cerebrales en donde se procesa, gracias a los avances en el campo de las neurociencias. Frecuentemente se la ha investigado en estudiantes y profesionales de la salud. Estudios específicos en el área del dolor dan cuenta de un declive en la capacidad de empatizar con el paciente y una subestimación del dolor que presenta. Ocurre a medida que se avanza en la carrera.
Se ha tratado de explicar esto, mediante el análisis de numerosas variables, pero no se ha logrado dar con respuestas concluyentes. Para algunos responde a un mecanismo de autopreservación del profesional, desencadenado por la exposición reiterada y crónica a pacientes con dolor. Para otros, resulta un efecto causado por la sobrecarga de trabajo a la que se ven expuestos los profesionales en la actualidad. Si ese fuera el caso, no estaría de más solicitar un poco de empatía a los pacientes. La empatía en el ámbito de la salud suele ser más fructífera cuando se mueve de manera bidireccional.
Gracias a las neurociencias se conoce que la propia nocicepción, y la representación que se tiene del dolor de otra persona, activan similares áreas cerebrales. Han sido involucradas la ínsula y el giro frontal anterior entre otros. La empatía se sustenta en bases neuronales que de a poco se comprenden mejor. Algunos estudios, en los que se empleó la resonancia magnética cerebral funcional, muestran también lo citado en referencia a índices y escalas. En algunos profesionales de la salud, existe una menor activación de los centros vinculados a la empatía del dolor.
Disociar al dolor crónico de la escucha activa, y la empatía, no es una buena opción. Implica notoriamente menguar las posibilidades de satisfacción del enfermo, la efectividad de un tratamiento analgésico, o el éxito clínico. Conduce de manera indefectible a una práctica centrada en el síntoma, y no en el paciente. También a negar lo emocional, psicológico, y social, como partes constituyentes del enfermo. En definitiva, la falta de escucha activa y empatía lleva a no entender muy bien eso que se ha dado en definir como dolor.
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Recomendaciones
Subiela García, José Antonio (2014). La importancia de la Escucha Activa en la intervención Enfermera Enferm. glob. vol.13 no.34.
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Tait, R.C (2008). Empathy: Necessary for effective pain management?. Current Science Inc 12, 108–112